El otro día, al regreso de uno de mis miles de recorridos por los pasillos de la escuela me puse a pensar que a veces no quiero encontrarme a nadie, a veces no deseo tener que lidiar con alumnos que quieren quedar bien o mal, o ex – alumnos que sólo me hablan para reclamarme cosas, o que porqué ya no les doy clases que soy mala y no les quiero “ahí va la profe que no nos quiere, que nos cambia, que no nos pide”. O no estoy de humor para andar esquivando los pelotazos, los golpes y empujones de grupitos que no se dan cuenta que alguien está pasando, o no se me antoja tener que bajar mi velocidad porque van unas lentísimas (por lo general son niñas) comiéndose unos nachos y no dejan libre un carril para rebasarlas.
Con todo esto no estoy diciendo que soy un ogro hipócrita que saludo nada más por compromiso, nada de eso, solo estoy explayando que como ser humano, no siempre quiero estar en el ambiente concurrido, en muchos instantes no me encuentro bien psicológica y emocionalmente. Hay ocasiones en que soy antisocial.
En esos mínimos momentos en que me molesta todo eso ansío tener la facultad de tele transportarme (si, como en Dragon Ball), me imagino a todos los miembros del magisterio tocándose fantochemente con el dedo índice y medio la frente y apareciendo instantáneamente junto al escritorio del salón donde le toca impartir la clase, así sin más ni más.
Claro que eso es tan imposible como volar. Entonces viene irremediablemente una idea alternativa un poco más posible:
Se trata de una escuela que posee pasillos subterráneos exclusivos para los maestros, sí, así como los pasillos del metro, nada de hoyos de topo describiendo trayectorias polvorientas, no no, subterráneos tipo metro para esos días de estrés en que no deseamos tener que lidiar con todo lo aquello que termina sacándonos canas verdes. La idea es más completa, porque dado que los alumnos entran al salón hasta que ven entrar al maestro, y en este caso el maestro simplemente aparecería junto al escritorio (ah, como me gusta ese sitio) subiendo unos cuantos escalones desde el subterráneo correspondiente, habrían que colocarse unos focos rojos fuera del salón, que parpadearan cuando el maestro entrara a clase para que los alumnos se incorporaran al salón y por supuesto, otro foco que dijera cuando ya no van a poder entrar (esto es, pasados los 5 minutos de tolerancia), entonces … ¿en qué se estaría convirtiendo la escuela?
Si llegara a ponerse en marcha esta idea (que costaría una fortuna), creo que la escuela se convertiría en algo más militarizado, en un régimen puramente enfocado a la materia que se imparte sin todos aquellos momentos de alegría y carrillas entre maestro y alumno que se dan sólo en los pasillos, los pasillos es donde uno puede platicar y preguntar sobre la vida de cada alumno, donde se expresan tantas cosas bellas en un simple saludo…
Es entonces cuando regreso a la realidad y creo que todos esos pensamientos han sido producto de un terrible día, de que me siento mal por algo (estresada, cansada, etc) y que debo dejar de divagar y concentrarme en calificar los exámenes que tengo pendientes.
Por cierto, recomiendo enormemente la película “ Stranger than fiction” ¡si vieran que genial es!
Con todo esto no estoy diciendo que soy un ogro hipócrita que saludo nada más por compromiso, nada de eso, solo estoy explayando que como ser humano, no siempre quiero estar en el ambiente concurrido, en muchos instantes no me encuentro bien psicológica y emocionalmente. Hay ocasiones en que soy antisocial.
En esos mínimos momentos en que me molesta todo eso ansío tener la facultad de tele transportarme (si, como en Dragon Ball), me imagino a todos los miembros del magisterio tocándose fantochemente con el dedo índice y medio la frente y apareciendo instantáneamente junto al escritorio del salón donde le toca impartir la clase, así sin más ni más.
Claro que eso es tan imposible como volar. Entonces viene irremediablemente una idea alternativa un poco más posible:
Se trata de una escuela que posee pasillos subterráneos exclusivos para los maestros, sí, así como los pasillos del metro, nada de hoyos de topo describiendo trayectorias polvorientas, no no, subterráneos tipo metro para esos días de estrés en que no deseamos tener que lidiar con todo lo aquello que termina sacándonos canas verdes. La idea es más completa, porque dado que los alumnos entran al salón hasta que ven entrar al maestro, y en este caso el maestro simplemente aparecería junto al escritorio (ah, como me gusta ese sitio) subiendo unos cuantos escalones desde el subterráneo correspondiente, habrían que colocarse unos focos rojos fuera del salón, que parpadearan cuando el maestro entrara a clase para que los alumnos se incorporaran al salón y por supuesto, otro foco que dijera cuando ya no van a poder entrar (esto es, pasados los 5 minutos de tolerancia), entonces … ¿en qué se estaría convirtiendo la escuela?
Si llegara a ponerse en marcha esta idea (que costaría una fortuna), creo que la escuela se convertiría en algo más militarizado, en un régimen puramente enfocado a la materia que se imparte sin todos aquellos momentos de alegría y carrillas entre maestro y alumno que se dan sólo en los pasillos, los pasillos es donde uno puede platicar y preguntar sobre la vida de cada alumno, donde se expresan tantas cosas bellas en un simple saludo…
Es entonces cuando regreso a la realidad y creo que todos esos pensamientos han sido producto de un terrible día, de que me siento mal por algo (estresada, cansada, etc) y que debo dejar de divagar y concentrarme en calificar los exámenes que tengo pendientes.
Por cierto, recomiendo enormemente la película “ Stranger than fiction” ¡si vieran que genial es!